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domingo, 28 de julio de 2024

La impecabilidad 3ra Parte Carlos Castaneda Taisha Abelar Armando...

 

La Impecabilidad 3

Esta es la tercera parte de la recopilación de textos en libros de Casta neda, Thaish a y Armando, en donde se dan explicaciones y situaciones en las que se ilustra la impecabilidad de los imbolucrados.

Lo he dividido en 3 videos cortos, porque cada una de las explicaciones y situaciones están tan imbuidas de poder que no hace falta escuchar todas de un jalón para inspirarnos a la acción.

En el viaje a ixtlan se dice:


-¿Quién es un hombre de conocimiento, don Juan?
-Cualquier guerrero podría llegar a ser hombre de conocimiento. Como ya te dije, un guerrero es un cazador impecable que caza poder. Si logra cazar, puede ser un hombre de conocimiento.


-Un guerrero no es más que un hombre. Un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte.
Pero su espíritu impecable, que ha juntado poder tras penalidades enormes, puede ciertamente detener a su muerte un momento, un momento lo bastante largo para permitirle regocijarse por última vez en el recuerdo de su poder. Podemos decir que ése es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.


En, El secreto de la serpiente emplumada, cuenta:

La meta de los brujos es el engrandecimiento de la conciencia; por eso, ejercitan constantemente la atención. De manera deliberada, diseñan ejercicios para evitar la distracción, y así aumentan significativamente la capacidad para concentrarse.”
Me comentó que a él le había sido muy útil la escultura para cultivar la atención; de ese modo aprendió que, cuando se cancela el diálogo interno, uno da lo mejor de sí en lo que sea que se esté haciendo.
    • ¿Cómo se engrandece la conciencia? – le pregunté.
    • Cada uno va desarrollando su energía básica de diferente manera durante la vida. Conocedores de la importancia de cuidarla, los guerreros la ahorran y la acumulan a través de actos de impecabilidad.

En el libro, La telaraña universal, se dice:

El sentido de urgencia, nos lleva a nunca desperdiciar ni un solo minuto,–dijo él –a estar alerta todo el tiempo, pero eso, no implica desesperarse ni obsesionarse por nada. Más bien, el sentido de urgencia es como una presión, que obliga a uno a proceder impecablemente una y otra vez, haciendo así, una cadena de momentos impecables.
De hecho, el guerrero rodea su vida de impecabilidad, haciendo de ella, una obra de arte. “No importa si uno está trabajando, descansando o desempeñando cualquier otra actividad, lo importante es hacer lo que sea, con plena conciencia de si mismo, de cada detalle. Una buena manera para alcanzar ése estado, es estar consciente que, “lo que importa, no es cuanto, o que tan rápido haces las cosas, sino, qué tan bien las haces.”

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“Si el ego no puede lidiar con asuntos mundanos, es seguro que no podrá confrontar al aterrador desconocido que nos aguarda.” Por eso, lo único que realmente cuenta en la vida del guerrero, es la impecabilidad, y nada mejor que estar constantemente bajo amenaza de muerte para lograrla.

Taisha abelar en su último libro, “textos ineditos”, comenta:

—¿Cómo sabré si estoy actuando desde el espíritu o por mí misma?
— pregunté dándome un fuerte apretón en los omóplatos.

Nélida me dio una mirada desapasionada. —Mientras continúas actuando impecablemente, acumulas poder personal para que finalmente el espíritu y tu ser se vuelvan uno. Entonces todos tus actos son el reflejo del intento del espíritu.

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En, El conocimiento silencioso, se cuenta esta situación:

Un día le pregunté, sin más ni más y en tono, muy cínico, ¿qué sacaba él de nuestra asociación?. Dije que no había podido adivinarlo.
—Nada que tú puedas comprender —respondió.
Su respuesta me enojó. Le dije, belicoso, que yo no era estúpido y que por lo menos él podía hacer el esfuerzo de explicármelo.
—Bueno, déjame decirte tan sólo que, aunque podrías comprenderlo, lo seguro es que no te va a gustar —replicó, con esa sonrisa que siempre tenía cuando me estaba tendiendo una trampa—. Verás, la verdad es que quiero ahorrarte eso.
Mordí el anzuelo. Insistí en que me lo dijera.
—¿Estás seguro de que quieres saber la verdad? —me preguntó, a sabiendas que yo jamás diría que no.
—Por supuesto que quiero saber qué es lo que usted se trae —contesté, en tono cortante.
Se echó a reír como si se tratara de un chiste; cuanto más reía, mayor era mi enfado.
—No le veo nada de divertido a todo esto —dije.
—A veces, es mejor no entrometerse con la verdad —dijo—. La verdad, en este caso, es como un bloque de piedra al pie de un gran montón de cosas; digamos una piedra angular. Si la sacamos, tal vez no nos gusten los resultados. A lo mejor, el gran montón de cosas se viene abajo. Yo prefiero evitar eso.

Volvió a reír. Sus ojos, brillando de picardía, parecían invitarme a seguir con el tema. Y yo insistí en saber.
Traté de mostrarme sereno, pero persistente.
—Bueno, si eso es lo que quieres —dijo, con el aire de quien se ha dejado persuadir—. Primeramente, me gustaría decir que todo cuanto hago por ti es gratis. No tienes que pagar nada. Como tú bien lo sabes, he sido impecable contigo. Y mi impecabilidad contigo no es una inversión. No lo hago por interés. No te estoy preparando para que me cuides cuando esté demasiado viejo, puedo cuidarme solo. Pero sí saco de nuestra relación algo de incalculable valor: una especie de recompensa por tratar impecablemente con esa piedra angular que he mencionado. Y lo que saco es justamente lo que quizá tú no vas a comprender o no te va a gustar.
Paró de hablar y me miró con fijeza, jugando con el malévolo destello de sus ojos.
—¡Dígamelo de una vez, don Juan! —exclamé, irritado por sus tácticas dilatorias.
—Quiero que tengas bien en cuenta que te lo digo debido a tu insistencia —dijo sonriendo.
Volvió a hacer otra larga pausa. Para entonces yo estaba echando humo.
—Si me juzgas por mi modo de ser contigo —continuó—, tendrás que admitir que he sido un dechado de paciencia y consistencia. Pero lo que tú no sabes es que, para lograr eso, he tenido que luchar como nunca he luchado en mi vida. A fin de estar contigo, he tenido que transformarme diariamente, conteniéndome a base de penosísimos esfuerzos.
Don Juan tuvo razón. No me gustó lo que decía. No quise quedar mal y traté de bromear.
—¿A poco va a usted a decir que soy inaguantable? —dije y mi voz me sonó asombrosamente forzada.
—Claro que eres inaguantable —dijo él, con expresión seria—. Eres mezquino, caprichoso, porfiado, dominante y vanidoso. Eres malgeniado, tedioso y desagradecido; tienes una inagotable capacidad para los vicios. Y lo peor: tienes una idea muy exaltada de ti mismo, sin nada con qué respaldarla. Podría decir, con toda sinceridad, que tu sola presencia me da ganas de vomitar.
Quise enojarme. Quise protestar, quejarme de que él no tenía derecho a hablarme de ese modo. Pero no pude pronunciar una sola palabra. Estaba destrozado. Me sentí aturdido.
Mi expresión debió ser muy notable, pues don Juan estalló en tal carcajada que pareció estar a punto de ahogarse.
—Te advertí que ni te iba a gustar ni lo ibas a entender —dijo—. Las razones del guerrero son muy simples, pero de extremada finura. Rara vez tiene el guerrero la oportunidad de ser genuinamente impecable pese a sus sentimientos básicos. Tú me has dado tal inigualable oportunidad. El acto de dar, libre e impecablemente, me rejuvenece, renueva en mí la idea de lo maravilloso. Lo que obtengo de nuestra relación es en verdad algo de tan incalculable valor para mí que estoy irremediablemente endeudado contigo.